HO CHI MINH, Vietnam - La retirada de las tropas estadounidenses de Vietnam, de la que este miércoles se cumple medio siglo, condenó al Ejército del sur a una derrota segura contra el norte comunista y a una vida de penalidades a algunos de los vietnamitas que lucharon en el bando americano y no pudieron huir del país tras la derrota.
Uno de ellos es el señor Dien, un hombre de 79 años que está ataviado con su chaleco del Ejército de Estados Unidos y su boina de conductor de tanques de Vietnam del Sur, intenta convencer a los turistas de que posen para que él los retrate con su cámara frente a la oficina de Correos de Ho Chi Minh, antigua Saigón.
"Me lo regaló un coronel estadounidense y lo conservo desde entonces", dice orgulloso de su chaleco, que solo se atreve a ponerse desde hace unos 20 años, después de que el Vietnam reunificado bajo el mando comunista se abriera al mundo y aparentemente dejara atrás las rencillas de la guerra civil.
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Tras la victoria comunista, sus 14 años de servicio al Ejército de Vietnam del Sur le cerraron las puertas laborales, le supusieron dos años en un campo de reeducación, la confiscación de su casa y una vida precaria que cree que le acompañará hasta el fin de sus días.
Dien no recuerda el momento preciso en que le comunicaron la retirada estadounidense, pero sí que comprendió muy pronto que aquello supondría la derrota del bando al que se había unido voluntario desde los 17 años, convencido de que si no se alistaba él mismo, le obligarían a hacerlo de todas formas.
"Cuando se fueron los americanos, supe que no podíamos ganar la guerra. Conocía a los mandos militares y sabía que el Sur no podría resistir. Fue una decepción", admite, sin dedicar, medio siglo después, ningún reproche a los estadounidenses por el abandono.
La derrota final no se produjo hasta el 30 de abril de 1975, cuando las fuerzas comunistas del norte concluyeron su imparable avance con la caída de Saigón, pero Dien ya había asumido la derrota dos años antes y fue tomando medidas para protegerse.
Durante la conversación, muestra el muñón del dedo índice de la mano derecha, que se cortó él mismo con un cuchillo para simular un castigo por desertar del Ejército sureño y obtener así la clemencia de los vencedores.
"Todo el mundo creía que los Viet Cong iban a matarnos. Tenía miedo de las torturas", relata.
Cuando cayó Saigón, Dien ya había quemado todos sus documentos legales, se había deshecho de casi todas sus posesiones y conservaba apenas media decena de fotos de su juventud, de cuando todavía se llamaba Phong y aún no había adoptado su nombre actual para evitar las represalias.
Cree que todas esas precauciones le sirvieron para librarse de las torturas, pero no pudo evitar los dos años encerrado en un campo de reeducación ni recuperar su vivienda, requisada por el bando vencedor.
En el paupérrimo Vietnam de la posguerra, Dien, separado de la familia que había formado en la década de los años 60, trabajó un tiempo en el campo y se dedicó después a conducir autobuses, hasta que con la apertura del país en 1992 comenzó a dedicarse a la fotografía para turistas.
Durante la conversación habla a veces de las esperanzas, ya marchitas, de huir a Estados Unidos, como hicieron algunos de sus compañeros en los frenéticos últimos días antes de la caída de Saigón o incluso años después.
"Vi los helicópteros y la gente yéndose, pero no me atreví a intentarlo, no sabía adónde les iban a llevar. No pensaba que fuera posible para mí. Ahora me arrepiento", confiesa.
Descartado ya el sueño americano que alimentó durante décadas, los anhelos de Dien son hoy mucho más modestos: ganar lo suficiente para poder comer a diario y encontrar un techo, pues dentro de un mes se tiene que ir de la casa donde le han dejado quedarse de forma gratuita.
"He tenido una vida muy dura desde 1975. Son los últimos años de mi vida, quizá muera en un año o dos. He preparado ya la foto del altar para cuando me muera porque me siento más débil que antes. Espero que alguien me pueda ayudar en los últimos años de mi vida", dice.