Este domingo, residentes en diversas partes de Estados Unidos realizarán un ritual bien conocido: ajustarán sus relojes al concluir el horario de verano, adelantándolos una hora, en un evento que afecta el sueño y la rutina de millones.
Pero ¿de dónde surge esta tradición? Un dato curioso y a menudo mal interpretado nos lleva a los días de Benjamin Franklin y un malentendido histórico que perdura hasta nuestros días.
Franklin quien es una figura emblemática de la historia americana, es frecuentemente erróneamente atribuido por la creación del horario de verano. Cuando lo que realmente sucedió fue que, en 1784, mientras residía en París, Franklin escribió un ensayo satírico para el “Journal de Paris”, provocando tanto escozor como esclarecimiento con su propuesta de ahorrar en velas y aceite de lámpara simplemente ajustando los horarios de sueño para coincidir con las horas de luz solar.
En un despertar accidental a las 6 de la mañana, Franklin observó asombrado que el sol ya iluminaba el día. Con su pluma afilada, sugirió, no sin ironía, que los parisinos se levantasen más temprano para aprovechar la luz natural, una sugerencia que, según calculaba, representaría un ahorro inmenso.
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Entre las medidas satíricas que proponía se incluían impuestos sobre las ventanas con contraventanas, límites en la compra de velas e incluso el uso de cañones para despertar a los más remolones. Sin embargo, el mismo Franklin aclaraba que no buscaba recompensa alguna por su "descubrimiento", más allá del honor de haberlo propuesto.
La verdadera paternidad del horario de verano se le debe a George Hudson, un entomólogo de Nueva Zelanda, quien en 1895 propuso formalmente la idea buscando disfrutar de más horas de luz en las tardes para dedicarse a su pasión por la entomología.
Al ajustar los relojes este domingo, no solo estaremos participando en una práctica que busca maximizar la luz natural y conservar energía, sino también seremos parte de una historia llena de malentendidos y anécdotas que datan de siglos atrás.
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Así que, mientras preparamos nuestros dispositivos para dar ese salto temporal, recordemos que más allá de perder una hora de sueño, estamos perpetuando un legado que empezó como una broma y que hoy en día sigue siendo parte de nuestro calendario anual.
Aunque Franklin no inventó el horario de verano, su agudo sentido del humor y su propensión a la eficiencia siguen iluminando el debate sobre cómo y por qué organizamos nuestras vidas alrededor del reloj.
En el panorama político actual, una propuesta está resonando con fuerza en los pasillos del Congreso: la implementación de un horario fijo, eliminando así el cambio bianual de reloj que muchos ciudadanos realizan al ajustarse al horario de verano o al horario estándar. Pero ¿cuál es la razón detrás de esta iniciativa que busca redefinir nuestra percepción del tiempo?
Los defensores de un horario permanente argumentan que la práctica de cambiar el reloj dos veces al año es más que un simple inconveniente; podría tener efectos negativos en la salud, la economía y la seguridad. Estudios han vinculado los cambios de horario con un incremento en accidentes de tráfico, problemas cardíacos y un decremento en la productividad debido a la alteración del ritmo circadiano de las personas.
En el ámbito de la salud pública, mantener un horario constante podría ayudar a reducir estos riesgos y promover mejores patrones de sueño para la población. Además, hay quienes sostienen que un horario fijo podría beneficiar al comercio, al turismo y a otras industrias que dependen de la luz del día, proporcionando más horas de actividad durante las tardes.
Otro punto importante es la seguridad pública, estudios sugieren que el horario de verano puede reducir los índices de criminalidad al disminuir las horas de oscuridad en las tardes, momento en que se pueden presentar más delitos.
Políticamente, la propuesta ha ganado un terreno bipartidista, con legisladores de diferentes ideologías uniéndose en el reconocimiento de que el cambio horario semestral podría ser una práctica anticuada que ya no se ajusta a las necesidades y al estilo de vida contemporáneo.
A pesar del creciente apoyo, la transición a un horario permanente no está exenta de desafíos. Se deben considerar los efectos en diversos sectores y coordinar con precisión para que la implementación sea fluida y coherente a nivel nacional e internacional.